EL ROSTRO HUMANO DEL MONSTRUO
La Tortura en Regímenes
Dictatoriales: El Rostro Humano del Monstruo
De tantos temas que se
pueden abordar, la vida a veces nos lleva a tratar
aquellos oscuros que nos
perturban y molestan. Este es uno de ellos.
La tortura, una de las
prácticas más atroces de la humanidad, ha sido empleada sistemáticamente a lo
largo de la historia, particularmente en los regímenes dictatoriales. Lo paradójico
es que quienes perpetran estos actos inhumanos no son seres míticos o
demoníacos, sino personas aparentemente comunes. Hombres y mujeres que tienen
familias, hijos, que son vecinos y en muchos de los casos simpáticos y
agradables y con una vida cotidiana que, a simple vista, parecería normal. Sin
embargo, en el oscuro escenario del poder absoluto, se convierten en
instrumentos de sufrimiento y destrucción. Podría uno pensar que son perfiles particulares
que tienen condiciones personales de altas dosis de maldad y crueldad, sin
embargo, no es así. Entonces, ¿Cómo se
transforma a alguien en un torturador, en un ser capaz de causar un dolor tan
profundo y devastador a otros seres humanos? La respuesta reside en complejos
mecanismos psicológicos y patológicos que se activan en estos contextos de
opresión.
La psicopatología del
torturador.
A lo largo de los años,
la psicología ha intentado arrojar luz sobre cómo individuos aparentemente
normales pueden cometer actos tan horrendos sin mostrar remordimiento alguno.
Un factor clave es la deshumanización de la víctima. Este proceso psicológico,
en el que el torturador deja de ver al otro como un ser humano, le permite
desconectarse emocionalmente del sufrimiento que causa. La víctima se convierte
en un "enemigo", un "traidor" o simplemente en una
herramienta que necesita ser "corregida", y con ello se justifica
cualquier tipo de violencia, sin importar si son mujeres, niños o personas
mayores.
El poder también
desempeña un papel central en la transformación de un individuo en torturador.
Estudios sobre psicología del poder han demostrado que, en contextos
dictatoriales, las personas tienden a mostrar una mayor inclinación a la
crueldad cuando sienten que están actuando en nombre de una autoridad superior
o de un ideal que consideran más importante que la vida humana. El sociólogo
Zygmunt Bauman habló de la "modernidad líquida", en la que los
sistemas de autoridad desdibujan las responsabilidades individuales y
convierten a los ejecutores en simples engranajes de una maquinaria represiva.
En otras palabras, no es responsabilidad del torturador, él es solo un
instrumento.
Sin embargo, más allá
de los factores sociales y políticos, existen elementos psicopatológicos que
entran en el juego. Los torturadores suelen desarrollar rasgos asociados con el
trastorno de personalidad antisocial. Estos individuos exhiben una profunda
falta de empatía, manipulación y crueldad, sin sentirse afectados
emocionalmente por el dolor que infligen. A su vez, el trastorno narcisista
también se manifiesta en muchos de estos perpetradores, quienes alimentan su
ego con la sensación de control y superioridad sobre los demás.
Pero no todos los
torturadores presentan trastornos psicológicos graves antes de asumir estos
roles. La presión del grupo, la ideología y la lealtad ciega a un régimen o
líder, pueden convertir a personas psicológicamente sanas en actores de
tortura. Este fenómeno fue bien documentado en los experimentos de Stanley
Milgram en la década de 1960, donde participantes comunes y corrientes
administraban lo que creían eran descargas eléctricas letales a otras personas,
solo porque una figura de autoridad se los ordenaba. Los resultados de este
estudio muestran que, bajo ciertas circunstancias, el poder de la obediencia
puede suprimir los valores morales y éticos más fundamentales.
La tortura: una
constante histórica
La tortura no es una
práctica reciente; ha sido una constante histórica que acompaña a la humanidad
desde sus orígenes. En la antigua Roma, las penas de muerte eran espectáculos
públicos que buscaban infundir miedo y reforzar el control del Estado. En la
Edad Media, la Inquisición utilizó la tortura para arrancar confesiones y
"purificar" las almas de los herejes. Ya en el siglo XX, regímenes
como el nazismo en Alemania, el franquismo en España, las dictaduras militares
en América Latina y más recientemente las dictaduras de izquierda, recurrieron
y recurren a la tortura como método de control social y represión política.
A lo largo de los
siglos, la tortura ha servido para perpetuar la opresión, pero también para
demostrar una desconexión aterradora entre el torturador y la humanidad de su
víctima. Y lo que más escalofríos provoca es que, en muchos casos, los
torturadores regresan a sus hogares tras una jornada de trabajo, abrazan a sus
hijos y duermen tranquilos, sin mostrar señales visibles del monstruo que
habita dentro de ellos.
Reflexión final
Es crucial recordar que
la tortura no es solo un acto físico; También es una forma de quebrar la
voluntad y el espíritu humano. A quienes ejercen este poder destructivo, se les
invita a una reflexión profunda. Cada vez que deciden infligir dolor a otro ser
humano, no solo están destruyendo a su víctima, sino también a sí mismos y a
las generaciones futuras, porque la crueldad se propaga como una enfermedad que
afecta el tejido moral de la sociedad.
La historia está llena
de ejemplos de cómo la humanidad ha sido capaz de redimirse y de reconocer sus
errores. Este es un llamado a aquellos que aún participan en estas prácticas:
no son inmunes al dolor que infligen, solo lo han ignorado. Al reflexionar
sobre el daño causado, existe una oportunidad para recuperar la humanidad
perdida y detener el ciclo de sufrimiento. Que la empatía, esa chispa que nos
conecta como seres humanos, prevalezca sobre el poder y la crueldad. Recuerden,
además, que la memoria es frágil, pero no olvida.
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