LA TRAMPA DE LA RAZON
Las hormigas estaban
preocupadas. Algo muy grande había invadido su territorio. Se reunieron una
noche y decidieron ir a explorarlo. Se dividirían por grupos, pasarían todo el
día investigando sobre el terreno y volverían a reunirse. Y así fue. Llegada ya
la noche, las portavoces se levantaron. Las primeras lo tenían muy claro: Era
algo con una gran explanada. Las segundas estaban en desacuerdo: Era un árbol
grande, y se sentían agotadas de tanto subir y bajar por el tronco. La portavoz
del tercer grupo, ya molesta, les dijo que estaban equivocadas, ya que era una
liana muy gruesa que se mecía de un lado a otro; se lo habían pasado muy bien,
aunque aún seguían algo mareadas. Y las del cuarto grupo se levantaron muy
enfadadas: ¡Era como una gruta oscura y profunda y habían sentido mucho miedo
durante todo el día! Todas las hormigas estaban convencidas de que tenían la
razón. ¡Estaban absolutamente convencidas! ¡Habían pasado todo el día
explorando el lugar! ¡Y lo habían experimentado en su propio cuerpo! Así que
muy enfadadas, se fueron a dormir. ¿Quién tiene la razón? ¿Qué ha pasado? Todas
han estado sobre un elefante, pero en partes distintas: En el lomo, en la pata,
en la trompa, en la oreja. Cada grupo percibe y experimenta una parte de la
realidad. Todas tienen una parte de razón y entre todas pueden reconstruir la
realidad verdadera. (Adaptado de una leyenda Hindú).
Tener la razón es una
sensación indescriptible. Alimenta nuestro ego y nos permite establecer una
relación de cierta superioridad con aquellos que adolecen de nuestras “sabidurías”.
Pero tener la razón, realmente, nos obliga a conocer la verdad absoluta de lo
que se plantea, con la seguridad de su conocimiento profundo. No tiene que ver
solo con las habilidades comunicacionales para convencer a otros de nuestros
argumentos, sino que deriva de un basamento profundo en los elementos de esa
verdad. Mayor reto conlleva “tener la razón”.
La razón pura como la
verdad pura no son absolutas, o por lo menos es discutible. Cada uno de
nosotros, con sus repertorios de vida, forma sus estructuras que filtran esas
verdades y las transforman para nosotros. Pero no para otros. Mi razón no tiene
que ser necesariamente la tuya y por tanto mi verdad cambia, aunque sea en
pequeños elementos de esa realidad. Esta apertura a reconocer que pueden
existir otras visiones y formas de ver las realidades debería permitirnos la
comprensión y la empatía necesaria con el otro.
Pero el problema se
presenta cuando queremos ser los “dueños de la verdad verdadera”, y nos enfrascamos
en discusiones para impresionar a los demás y demostrar nuestros profundos
conocimientos o, en algunos casos, el manejo de informaciones venidas de “fuentes
de alta confiabilidad”. Allí, por arte
de nuestra necesidad de imponer nuestra verdad, nos convertimos en opinadores
profesionales, que intentan prolongar las discusiones hasta limites
insospechados para demostrar a los otros que somos dueños de la razón, y en
muchas oportunidades, y sin darnos cuenta, provocando con estas disputas el
rechazo y la descalificación de los otros hacia nosotros.
Bástese ver los grupos de
intercambio en las redes, sobretodo en los temas políticos y sociales. Tener la
razón se convierte en una motivación poderosa que alimenta nuestro ego y sin
percibirlo, nos aleja de la verdad y con ella de los demás. Estamos
entrampados. Con esas actitudes respondemos a estrategias que nos llevan a
donde nos quieren tener. Ciegos, sordos, tercos y empecinados en que la nuestra
es la verdad incuestionable.
Debemos abrir nuestra
mente y entender las posiciones de otros. Busquemos puntos en común en nuestras
verdades y tendamos puentes de entendimiento. De esa manera podremos avanzar.
Solo depende de
nosotros, de nuestra empatía y humildad.
Se los digo con toda la
razón.
Saludos
Arnaldo
García Pérez
@arnaldogarciap
www.arnaldogarciap.blogspot.com
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