Cuando
la Muerte Nos Recuerda Cómo Vivir
Hoy
celebramos el Día de Muertos. Muchos, en sus tradiciones, encienden velas, van
a los cementerios y colocan flores o llenan de colores altares hechos para
honrar una memoria de quienes se adelantaron en el viaje. Pero básicamente es
un día que nos reúne frente a la memoria, pero también frente al espejo de
nuestra propia vida. Porque al recordar a los que ya no están, inevitablemente
surge una pregunta silenciosa: ¿qué estamos haciendo con el tiempo que nos
toca estar aquí?
Dicen
que morimos dos veces: la primera, cuando exhalamos por última vez; la segunda,
cuando nadie nos recuerda. Por eso esta fecha es, en esencia, un recordatorio
de la fuerza del recuerdo. Quien es amado, quien es recordado, sigue viviendo
de alguna manera. Y ese regalo —el de perdurar en la memoria de otro— no se
recibe por casualidad, sino por cómo elegimos vivir.
No
hacen faltas grandes proezas ni actos heroicos para recordar desde el bien. Cada
vela encendida frente a una fotografía habla de una historia que valió ser
contada. Habla de gestos, conversaciones, risas y hasta de errores que dejaron
lecciones. Las personas que hoy honramos, aunque sea en nuestros recuerdos no
fueron perfectas, pero dejaron huella. Nos marcaron con amor, con ejemplo, con
carácter, con valores o con esa mezcla irrepetible de humanidad que aún nos
acompaña. Nos hicieron mejores, y por eso las traemos de vuelta al
recordarlas.
Pero
este día también nos invita a mirar hacia adelante. Algún día, nosotros
seremos el retrato en un altar. Algún día, alguien decidirá si nos recuerda
con cariño, con admiración, con agradecimiento… o si pasamos por su vida sin
haber dejado más que la huella ligera de una sombra. La memoria no solo honra
el pasado; nos compromete con el presente. ¿Qué historia estamos escribiendo
con nuestros actos? ¿Estamos viviendo de una manera que aporte luz a quienes
nos rodean? ¿Qué sentirán cuando alguien diga nuestro nombre cuando ya no estemos?
No
hace falta grandeza heroica para ser recordado. A veces, la huella más profunda
se deja con pequeñas cosas: la forma en que escuchamos, el abrazo oportuno, la
palabra que consuela, la risa compartida, la lealtad en tiempos difíciles, la
presencia en los momentos que importan. Esos gestos sencillos —pero auténticos—
son los que construyen el tipo de amor que sobrevive al tiempo.
Escribo
esto y recuerdo a muchos. Algunos directamente desde la familia, porque con sus
andares nos dieron amor y enseñanza. Otros, tal vez mas lejanos, pero de alguna
manera cercanos en el pensamiento que vienen solos y nos traen su figura y recuerdos.
Tal vez amistades, compañeros, o simplemente conocidos que impactaron…y siguen
vivos…
Hoy,
mientras honramos a quienes se fueron, podemos hacerles la ofrenda más hermosa:
vivir con intención. No en automático, no postergando lo esencial, no
guardándonos el cariño, el perdón o la gratitud para después.
Porque
si algo nos enseñan los que partieron es que la vida es un soplo, un instante
que merece ser vivido con verdad. Que estamos de paso, sí, pero ese paso puede
iluminar el camino de otros.
Vivir
y morir se convierten en un mismo sentido.
Saludos
Arnaldo García Pérez
@arnaldogarciap
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