La Inquebrantable Raíz: Perseverancia, Gratitud y Fe

Se cuenta que, al sembrar la semilla del bambú japonés, el agricultor debe regarla y cuidarla con esmero, pero durante los primeros siete años, no ve absolutamente nada. A lo sumo, una pequeña vara insignificante. Una persona, con esos resultados, exhausta y sin pruebas, podría rendirse, creyendo que la semilla está muerta o que su esfuerzo fue en vano y abandonar la tarea asumiéndola desde el fracaso. Sin embargo, en el séptimo año, el bambú comienza un crecimiento acelerado y monumental, elevándose más de treinta metros en solo seis semanas. ¿Qué sucedió durante ese largo silencio? El bambú no estaba inactivo; estaba desarrollando un sistema de raíces tan vasto y fuerte bajo tierra que sería capaz de sostener su futuro colosal.

La moraleja de este relato es clara: la perseverancia no es la capacidad de no caer, sino la voluntad inquebrantable de levantarse una y otra vez, incluso cuando no vemos resultados inmediatos. Para ello, los grandes logros requieren, primero, raíces profundas e invisibles y estas tienen unos ingredientes valiosos: perseverancia, gratitud y fe.

A nosotros nos pasa lo mismo que al bambú. La vida se presenta en ciclos. Habrá momentos de esplendor y épocas de profunda dificultad. No estamos en capacidad de predecir cuando los vientos cambiaran, pero si podemos prepararnos para ellos. No podemos elegir la naturaleza de las tormentas que enfrentaremos, pero sí podemos elegir nuestra mejor armadura para afrontarlas. Al cultivar intencionalmente este triángulo: perseverancia, gratitud y fe, dejamos de esperar a que la vida sea fácil y comenzamos a ser felices en el trayecto.

En los escenarios complicados nuestros demonios aparecen y nos invitan a desistir y abandonar, bajo una atmosfera de profunda frustración y desaliento. La perseverancia por sí sola puede agotarse y convertirse en desesperanza si no está alimentada por la gratitud y la fe. Estos tres pilares conforman un triángulo de fuerza que nos impulsa a seguir adelante. Más bien, cuando nos volvemos perseverantes, agradecidos y llenos de fe, garantizamos que el camino, por difícil que sea, siempre será digno de ser recorrido.

Como los grandes estrategas de negocios, o los mejores deportistas disciplinados, trabajar con estos tres ingredientes, tal vez no garanticen el éxito inmediato, pero nos ayudarán a llevar mejor el camino. La perseverancia es, ante todo, una disciplina de la esperanza. Es la tenacidad de intentar una vez más, reajustando la estrategia sin traicionar el objetivo. Un revés profesional, una crisis personal o un desafío de salud no son un veredicto final, sino una información útil que nos obliga a reajustar el camino.

La gratitud, en cambio, se convierte en el ancla que nos saca del modo de víctima. Es un acto deliberado de enfocar la atención en lo que todavía tenemos: los aprendizajes de la caída, el apoyo que recibimos o simplemente la capacidad física y mental de intentarlo de nuevo. La gratitud es un poderoso disolvente del miedo y la queja, liberando energía mental para enfocarnos en soluciones en lugar de en problemas.

Y la fe nos complementa bajo una creencia de que el objetivo es posible, sin importar los fracasos o la falta de éxitos. Es el faro que guía a la perseverancia en la niebla. La fe nos da la convicción de que el esfuerzo invertido hoy, bajo tierra y sin gloria, dará frutos mañana.

Entonces, seamos como el bambú y sorprendamos a propios y extraños con un absoluto crecimiento desde nuestras raíces.

Tenemos los ingredientes para esa receta.

Saludos

Arnaldo García Pérez

@arnaldogarciap

 

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