EL EGO NOS MATA
EL EGO NOS MATA
Un guerrero samurai fue
a ver al maestro Hakuin y le preguntó: ¿Existe el infierno?, ¿Existe el cielo? ¿Dónde
están las puertas que llevan a uno y al otro? – ¿Por dónde puedo entrar? Hakuin
le respondió con una pregunta: – ¿Quién eres? Soy un samurai – le respondió el guerrero
-, un jefe de samurais. Hasta el emperador mismo me respeta. Hakuin se rió y
contestó: ¿Un samurai, tú? Pareces un mendigo. Sintiendo su orgullo herido, el
samurai desenvainó su espada y ya estaba al punto de matar a Hakuin, cuando éste
le dijo: Ésta es la puerta al infierno. Inmediatamente el samurai entendió. Puso
de nuevo la espalda en su cinto, y Hakuin dijo: Y ésta es la puerta del cielo.
Todos debemos librar
una guerra importante en nuestra vida. Una guerra que se libra en miles de
batallas diarias y que, dependiendo de los resultados, nos acerca o nos aleja
de nuestros objetivos mas esenciales. Esa guerra fundamental es contra nuestro ego.
El ego es esa parte de
nuestra personalidad que comienza a gestarse desde el primer momento que comenzamos
a interactuar con otros en este mundo. Engloba nuestro carácter que, influido
por el temperamento, se va desarrollando conforme maduramos e interactuamos. El
ego es también nuestra mente, esa parte de nosotros más apegada con lo material
de la existencia y que funciona de un modo, digamos, más automático y práctico.
También participa de nuestras emociones más primarias, es la exacerbación de nuestras
condiciones, en valoraciones exageradas de nosotros mismos. Se trata de un
exceso de autoestima, que en la mayoría de los casos nos nubla la visión y el
intelecto.
Aunque puede
confundirse con exceso de confianza o conocimiento, el ego se trata simplemente
de la manera cómo nos comportamos. La arrogancia, la petulancia y el sentir a
otros menos que nosotros, son síntomas inconfundibles de un ego exacerbado.
Estas condiciones se presentan en muchas personas. En el plano familiar,
tenemos parientes que asumen condiciones económicas como características para
ser superiores a otros. En el marco laboral, nos encontramos muchas veces con jefes
o dueños de empresas que viven bajo la premisa de tener la sabiduría absoluta
de todo y que no permiten el desarrollo de otros.
En el plano social y
político, tenemos “lideres” que viven en una permanente e insistente sordera
intelectual, producto de la arrogante creencia de saberse dueños de la verdad. Lo
vemos en los grupos de WhatsApp, que pueden estar integrados por personalidades
con una increíble formación y experiencia, pero que no toleran la discrepancia
de criterios y entablan discusiones que terminan en insultos y rompimientos
producto de la simple manía de no reconocer la razón en el otro.
Lo sentimos en las
calles y comunidades, donde un divorcio abismal entre lo que siente y padece el
pueblo de a pie, no se corresponde con los planteamientos que, en
representación de estos últimos, hacen los que se supone están allí para
defender sus intereses. Una absoluta arrogancia política, representada por
seudo líderes que no sienten ni entienden las necesidades de la gente y que
pretenden traducir en acciones y políticas planteamientos muy alejados de la
realidad de la gente.
Necesitamos bajarnos de
esos niveles encumbrados de egocentrismo. El país requiere líderes que se
conecten genuinamente con sus ciudadanos y accionen en función a sus
necesidades reales. Eduard Deming decía en sus principios de calidad que la
máxima en el servicio es “escuchar la voz del cliente”.
Entonces la invitación
es sencilla, bajen, vayan y escuchen el clamor de un pueblo que requiere
acciones mas concretas. Y si no se consiguen en el momento, por lo menos se
sienten atendidos con la compañía cercana de quienes dicen representarlos.
“Dios no encuentra
sitio en nosotros para derramar su amor, porque estamos llenos de nosotros
mismos”. San Agustín.
Saludos
Arnaldo
García Pérez
@arnaldogarciap
www.arnaldogarciap.blogspot.com
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