MARGARITA JERUSALEMA
“En un campo de concentración vivía un prisionero que, pese a estar sentenciado a muerte, estaba alegre. Un día apareció en la explanada tocando su guitarra, y una gran multitud se arremolinó en torno a él para escuchar porque, bajo el hechizo de la música, los que le oían se veían, como él, libres de miedo. Cuando las autoridades de la prisión lo vieron, le prohibieron volver a tocar. Pero al día siguiente allí estaba de nuevo, cantando y tocando su guitarra, rodeado de una multitud. Los guardianes le cortaron los dedos, pero él, una vez más, se puso a cantar su música con las manos cortadas. Esta vez la gente aplaudía entusiasmada. Los guardianes volvieron a llevárselo a rastras y destrozaron su guitarra. Sin embargo, al otro día, de nuevo estaba cantando con toda su alma. ¡Y qué forma tan pura y tan inspirada de cantar! Toda la gente se puso a corearle y, mientras duró el cántico, sus corazones se hicieron tan puros como el suyo, y sus espíritus igualmente invencibles. Los guardianes estaban tan enojados que le arrancaron la lengua. Sobre el campo de concentración cayó un espeso silencio, algo indefinible; por fin, para asombro de todos, al día siguiente estaba allí de nuevo el cantor lleno de alegría, balanceándose y danzando a los sones de una silenciosa música que sólo él podía oír. Y al poco tiempo todo el mundo estaba alzando sus manos y danzando en torno a su sangrante y destrozada figura, mientras los guardianes se habían quedado inmovilizados y no salían de su estupor”.
Existen historias impresionantes de cómo la fuerza de voluntad se convierte en un instrumento de vida. Seres privados de su libertad, en condiciones deplorables o en peligro inminente de muerte se crecen ante sus circunstancias envalentonados en una fe profunda en sus ideales. La fuerza de la pasión nos hace indomables. Sus sueños toman vida y con ella, se crea una energía fuerte y contagiosa que tiene mucho mas poder que una pandemia.
No son solo las
circunstancias, sino la forma como nos enfrentamos a ellas lo que nos garantizan
el éxito en nuestros retos. Tenemos el poder de inyectar y transferir
emociones. Si caemos en la desesperanza, esa será la energía que trasmitiremos
y con la cual influiremos en nuestro entorno, con resultados fácilmente previsibles.
Por el contrario, si nos inyectamos de alegría y optimismo, por mas oscuro que
se vea el panorama, podemos estar seguros de que nuestra energía se propagará y
contagiará a otros en ese espíritu que, nos mantendrá ante la adversidad, y nos
encaminará a el logro de nuestros objetivos.
Recientemente
subieron un video a las redes donde el pueblo margariteño se desboca a bailar
una alabanza a la fe y al optimismo. Muchos podrán criticar que, en las
condiciones que vivimos ese baile parece baladí y mas bien fuera de toda
realidad. Esa puede ser una visión valida, pero no la única. Creo que en el
fondo lo que podemos descubrir es a un pueblo intacto en sus creencias,
esperanzado en su futuro y con una enorme fe en que vienen tiempos mejores, demostrándonos
en su actuación que la unión y el trabajo en equipo nos llevará a destinos
mejores. La alegría y la emoción colectiva se hace contagiosa,
independientemente que se puedan seguir los pasos de la coreografía, Yo solo
leo en este mensaje un claro “Si se puede” y con eso me quedo.
No perdamos la
pasión ni la alegría y contagiemos a otros con nuestra energía.
Vamos por el
camino correcto.
Saludos
Arnaldo García Pérez
@arnaldogarciap
www.arnaldogarciap.blogspot.com
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