El ser humano es sociable
por naturaleza. Está configurado genéticamente para relacionarse y colectivizar.
La familia, que es la base de la sociedad, es la primera gran escuela del
intercambio con otros y el manejo de normas básicas. Allí nos preparan, con
ejercicios de participación y colaboración entre hermanos, padres y familiares,
para que en corto plazo, salgamos al camino a experimentar conductas de
convivencia con otros seres y aprender con ellos las reglas de las relaciones.
Desde que salimos a la calle
estamos en un permanente aprendizaje. Siendo niños el colegio nos enseña a
distinguir entre diferentes maneras de vivir y relacionarnos. Gente que piensa
diferente, que cree diferente, empieza a mostrársenos en ese intercambio diario.
Luego de adultos, en los múltiples roles que podemos ejercer, establecemos
convivencia con seres semejantes a nosotros, pero diferentes en el sentir y el
pensar. En las empresas, durante nuestras jornadas de trabajo, vivimos
situaciones parecidas. Pasamos el tercio del día más importante conviviendo y
compartiendo con extraños. Personas tan afines o disimiles como cantidad de
compañeros tengamos. Todos con su particularidad, producto de su formación y
cultura, intercambiando experiencias de la mejor manera que cada uno sabe emplear.
Convivir nos lleva a
compartir. Según el diccionario de google, “Compartir es dar (una persona)
parte de lo que tiene para que otra lo pueda disfrutar conjuntamente con ella”.
Interesante definición que nos obliga a ver más allá del simple concepto.
Compartir es entregar sin mezquindad. Es ver más allá de nuestra propia
satisfacción y pensar en el bien del otro. Es disfrutar dando lo que tenemos,
para satisfacernos con su utilización por terceros. Los padres comparten sin
límites todo lo que tienen con sus hijos. Los amigos se entregan y dan sin
miramientos de equidad. Las parejas son el mejor ejemplo; Cuando dos personas
deciden “compartir” su vida, están estableciendo una relación sobre la base de
un intercambio sin egoísmo. Cada uno entiende las necesidades del otro y está
dispuesto a satisfacerlas sin contemplaciones. Todo en un justo equilibrio.
Convivir implica respetar,
tolerar y aceptar. Enorme desafío para cada uno de nosotros que estamos
inmersos en nuestras propias batallas, luchando con fantasmas internos y
externos día a día. Es un permanente ejercicio de comprensión. Respetar a
través de la empatía se hace necesario para evaluar los comportamientos y
entender las razones del otro. Tolerar no significa aceptar a ciegas. Tolerar
significa razonar las acciones del otro y buscar dentro de ellas sus
significados. Aceptar es concebir en nosotros el principio de la humildad. No
somos mejores ni peores que el resto de los seres humanos. Somos diferentes y
cada quien tiene su argumento.
Debemos aprender a Convivir
y Compartir. El mundo será un lugar mucho más agradable y apacible, cuando concibamos
que la clave no es cambiar las ideas del otro, sino abrirse a entenderse con
ellas. Comprendiendo que el problema no son las ideas, está en la forma como
las defendemos o atacamos.
Empecemos en nuestro radio
de acción. Antes de cuestionar o criticar, entendamos que la convivencia nos
lleva a la comprensión y aceptación. Actuemos en consecuencia.
Aprendamos a convivir.
Saludos
Arnaldo García
Pérez
@arnaldogarciap
www.arnaldogarciap.blogspot.com
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