SI NO SUMAS… NO RESTES

“Hubo una vez un brujo malvado que una noche robó mil lenguas en una ciudad, y después de aplicarles un hechizo para que sólo hablaran cosas malas de todo el mundo, se las devolvió a sus dueños sin que estos se dieran cuenta. De este modo, en muy poco tiempo, en aquella ciudad sólo se hablaban cosas malas de todo el mundo: "que si este había hecho esto, que si aquel lo otro, que si este era un pesado y el otro un torpe", etc.… y aquello sólo llevaba a que todos estuvieran enfadados con todos, para mayor alegría del brujo. Al ver la situación, el Gran Mago decidió intervenir con sus mismas armas, haciendo un encantamiento sobre las orejas de todos. Las orejas cobraron vida, y cada vez que alguna de las lenguas empezaba sus críticas, ellas se cerraban fuertemente, impidiendo que la gente oyera. Así empezó la batalla terrible entre lenguas y orejas, unas criticando sin parar, y las otras haciéndose las sordas... ¿Quién ganó la batalla? Pues con el paso del tiempo, las lenguas hechizadas empezaron a sentirse inútiles: ¿para qué hablar si nadie les escuchaba?, y como eran lenguas, y preferían que las escuchasen, empezaron a cambiar lo que decían. Y cuando comprobaron que, diciendo cosas buenas y bonitas de todo y de todos, volvían a escucharles, se llenaron de alegría y olvidaron para siempre su hechizo. Y aún hoy el brujo malvado sigue hechizando lenguas por el mundo, pero gracias al mago ya todos saben que lo único que hay que hacer para acabar con las críticas y los criticones, es cerrar las orejas, y no hacerles caso”. (Cuentopia)

El ser humano es complicado. Nunca me cansaré de decirlo. Tenemos tantos rasgos distintivos y a la vez diferenciadores, que nos hacen seres especiales y a la vez únicos, aunque en muchos de nuestros comportamientos, actuemos de manera muy parecida. Nuestra personalidad es la sumatoria de todas nuestras experiencias y vivencias, que, aunque son personalizadas, no dejan de tener aspectos en común con otros, de ahí que nos parezcamos o imitemos algunas de esas condiciones, muchas positivas y otras no tanto y lamentablemente, a veces estas, se convierten en tendencia del comportamiento.

Uno de esos procederes que ha venido en aumento en estos tiempos de modernidad es la crítica desmedida. La crítica como tal no es negativa. Si revisamos su concepto original, la palabra crítica viene del latín “criticus”, que se refiere a la opinión, manera de pensar o juicio de una persona en relación a un evento, objeto o persona. En pocas palabras, la crítica es sencillamente mi opinión hacia algo o alguien. Evidentemente, al ser mi opinión, esta puede ser positiva o negativa y viene cargada de toda la mochila de vivencias y experiencias que he tenido a lo largo de mi vida, por tanto, la crítica es solo eso, una opinión que no debería impactar en demasía a los demás.

El problema se presenta cuando nos volvemos asiduos a la crítica intentando, a través de ella, imponer nuestros pensamientos, sentimientos y opiniones. Hoy en día, y gracias al influjo de las redes sociales, ese poder se hace mayor y exportable a situaciones personales, comarcales, nacionales o internacionales. Estamos en capacidad de convertirnos en opinadores oficiales de cuanto tema aparezca y de pensar, en ese proceso, que nuestra opinión es la única y valedera. Allí vienen las dificultades y es cuando encontramos a personas en las redes que se enervan cuando encuentran contrarios u opositores a sus criterios y no saben manejar adecuadamente estas adversidades. Las redes sociales nos han permitido ejercer la crítica de una forma despiadada.

El resultado, una comunicación viciada y llena de agravios y faltas de respeto hacia el resto de opinadores. Una descalificación que llega en oportunidades a las ofensas personales, sin medir sus implicaciones y sin importar a quienes afectamos en ellas. Todo esto, por supuesto, hace de las comunicaciones modernas en las redes, un instrumento dañino para la comprensión y la concordia. Debemos dosificar nuestros criterios y opiniones, y más importante aún, estar claros que existen otras personas que pueden tener visiones encontradas con las nuestras. Todo esto requiere respeto.

Hay una máxima que dice que Dios nos dio dos orejas y una boca para escuchar el doble de lo que debemos decir. Aprendamos a “entender” el criterio de los otros y a estar abiertos a opiniones contrarias, todo, bajo un espíritu de armonía y paz.

Mis derechos asertivos terminan, en el límite que comienzan los tuyos.

Saludos

Arnaldo García Pérez

@arnaldogarciap

www.arnaldogarciap.blogspot.com

 

 

 

 

 

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