DEJEMOS HUELLAS BONITAS


“Dejemos huellas bonitas,

que la vida va deprisa,

y el tiempo no se detiene,

ni espera por nuestras risas.”


Paseando por las opciones de audios con la idea de armonizar una publicación de Instagram, me topé con esta canción que me cautivó desde sus primeros acordes...su nombre “Dejemos Huellas Bonitas” (2023), y su autor es Antoñito Molina, quien se mueve dentro de un pop melódico con raíces andaluzas haciendo poesía en sus melodías. Una canción profundamente humanista y esperanzadora que habla sobre la importancia de vivir con autenticidad, de actuar con bondad y dejar una marca positiva en los demás antes de que el tiempo se nos escape. Es una especie de llamado a la trascendencia cotidiana, a valorar lo simple, lo genuino, lo que realmente perdura.


Está canción me permitió recordar cómo, en muchos de mis talleres y conferencias mencionaba la importancia de saberse portadores de un legado y que todos, de una manera u otra, vamos a trascender. A veces creemos que la trascendencia es cosa de grandes figuras: científicos que cambian el rumbo del mundo, artistas inmortales, líderes que dejan su huella en los libros de historia. Pero la verdad es que todos, sin excepción, tenemos la capacidad de trascender. No a través de monumentos ni de aplausos, sino con algo mucho más simple y verdadero: la manera en que vivimos y tocamos la vida de los demás.


Trascender no significa ser recordado por muchos, sino haber hecho una diferencia, por pequeña que parezca, en la vida de alguien. Una palabra amable, una ayuda desinteresada, una sonrisa sincera pueden tener más poder que cualquier discurso. A veces, un gesto honesto cambia el rumbo de un día, o incluso de una vida entera. Y aunque nunca lleguemos a saberlo, eso también es trascendencia.


Lo maravilloso es que cada persona tiene su forma particular de dejar huella. No se trata de copiar modelos ajenos, sino de actuar desde la originalidad, desde lo genuino, desde aquello que nos nace del alma. Cuando somos auténticos, nuestras acciones resuenan de una manera especial, porque llevan impreso el sello de lo verdadero. Y lo verdadero, por más pequeño que sea, siempre encuentra la forma de multiplicarse.


Ser uno mismo —en un mundo que a veces premia la apariencia o la conveniencia— es un acto valiente. Pero es también la base de cualquier transformación real. La bondad fingida no inspira, la amabilidad interesada no enseña. En cambio, cuando actuamos con honestidad y coherencia, sin esperar nada a cambio, estamos creando un modelo silencioso, pero poderoso, que otros pueden seguir.


La trascendencia se mide en ecos. En la forma en que nuestras acciones inspiran a otros a ser un poco mejores, a mirar la vida con más ternura, a cuidar más su entorno. Así, poco a poco, sin darnos cuenta, tejemos una red invisible de buenas acciones que trascienden generaciones.


Quizás ese sea el verdadero legado: dejar huellas bonitas, no por ambición, sino por amor. Porque cada gesto sincero, cada acto genuino, es una semilla que alguien, en algún momento, recogerá. Y así, de la manera más sencilla y humana, habremos logrado trascender.


“Dejemos huellas bonitas,

que el camino es de ida,

y el alma se engrandece

cuando da sin medida.” 


Saludos 

Arnaldo García Pérez 

arnaldogarciap.blogspot.com 

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