Los
ves en el bus, metro o en cualquier cafetería o comercio, o simplemente miras
por la calle y los ves caminando de manera absorta mirando en un pequeño
rectángulo luminoso que llevan en sus manos. No levantan la vista, no aprecian
el entorno, no parecen presentes. Y uno se pregunta: ¿miramos al móvil porque
queremos o porque algo, desde dentro de él, nos ha tomado de la mano? Esta
nueva forma de vida nos lleva a nuestro cuestionamiento de hoy: hipnotismo o
idiotismo, ¿o ambos?
Cuando
hablamos de hipnotismo, no nos referimos a un mago de feria haciendo girar un
péndulo, sino a una forma moderna de fascinación colectiva. La mirada fija, la
postura encorvada, la desconexión del mundo real… todo encaja. Las redes
sociales replican aquel mecanismo clásico: estímulos breves, repetitivos,
visualmente potentes, capaces de suspender la capacidad de juicio durante
minutos —o horas— sin que nos demos cuenta. En la hipnosis tradicional uno
entrega la voluntad voluntariamente; en la hipnosis digital, ni siquiera
advertimos en qué momento la hemos cedido.
Pero
tras el hipnotismo viene algo más inquietante: el idiotismo. No como insulto,
sino como la renuncia progresiva a la lucidez. Cuando uno desliza la pantalla
sin pensar, cuando repite opiniones que ni siquiera sabe de dónde vienen,
cuando reacciona antes de reflexionar, entra en ese territorio donde la
inteligencia se adormece y el criterio personal se debilita. Es paradójico:
jamás tuvimos tanto acceso a información, y sin embargo rara vez profundizamos
en ella. Vivimos rodeados de datos y vacíos de pensamiento.
Lo
más perturbador es que esta dinámica no es casual. Estamos ante una adicción
perfectamente diseñada. Los algoritmos no buscan nuestro bienestar, sino
nuestra permanencia. Cada segundo extra que pasamos mirando la pantalla
alimenta un engranaje económico y social que funciona gracias a nuestra
distracción. Por eso caen todos: jóvenes y mayores, formados y sin formación,
incluso aquellos que se consideran dueños de su criterio. No es falta de
inteligencia; es un sistema construido para sortearla.
Esta
dependencia termina erosionando algo esencial: la identidad. Vamos perdiendo la
capacidad de estar con nosotros mismos, de escuchar nuestro pensamiento, de
habitar el silencio. Ya no escribimos, sólo consumimos. Ya no reflexionamos,
sólo reaccionamos. Cedemos minutos, hábitos, emociones… hasta que la vida
empieza a parecernos ajena, automatizada, superficial.
Pero
no todo está perdido. No se trata de demonizar la tecnología, sino de
devolverla a su lugar como herramienta. Tal vez sea hora de recuperar pequeñas
prácticas que nos devuelven al eje: abrir un libro físico y sentir su peso,
salir a caminar sin prisa y observar un árbol, escuchar nuestro propio diálogo
interior, trabajar en nuestro autodesarrollo con la calma que exige lo
importante. La resistencia está en esos gestos sencillos.
Entre
el hipnotismo y el idiotismo nos queda una salida clara: recuperar nuestra
atención, ese patrimonio íntimo que nunca debimos entregar. Si volvemos a ser
dueños de ella, tal vez podamos volver a ser dueños de nosotros mismos.
Saludos
Arnaldo García Pérez
@arnaldogarciap
PD: Los invito que
hagamos un reto sencillo. Tomemos cualquier libro que nos llame la atención en
casa y llevémoslo con nosotros todo el tiempo por 5 días. Cada vez que sientas
el impulso de tomar el móvil, ábrelo y lee unas pocas páginas, Así comenzaremos
un pequeño hábito que nos cambiará la vida. Luego me cuentan.

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